Aviso General. Crónica
“Lumen Christi”. Luz de Cristo. “Deo gratias”. La luz nueva, el fuego vivificador que prende en el exterior de la iglesia, frente a la abierta de par en par puerta principal, eleva el espíritu. El sacerdote, nuestro querido Santiago, enciende el Cirio Pascual. Es noche cerrada. Los cristianos celebramos la Resurrección de Cristo: “Oremus…”.
Mañana de gloria, lluvia tras los cristales, una familia, especialmente una, mira con preocupación el cielo. Está amaneciendo. Suenan las campanas anunciando la buena nueva de la Resurrección del Salvador.
Desde la calle Aroche, allá abajo, en la plaza, se imagina el gentío apretujado en torno al altar mayor. La Virgen de Albricias espera su salida. La misa minerviana -como la describiera mi amigo Pablo, en una ocasión- está terminando. Han sonado fuerte las pisadas de los lanzaores, que han bailado ante Dios, y el toque de gaita y tamboril ha llenado el aire limpio de la iglesia. Huele a incienso y a gloria.
La lluvia no cesa y la procesión extraclaustral que siempre llena la plaza con sones cerreños se celebra dentro. Recogida, íntima, llena de fervor, de gracias, de amor, de plegarias por los seres queridos.
Todos los actos se solapan en finísima armonía de conjunción teatral, de liturgia sabia de quienes nos precedieron.
De la gloria de la Resurrección se desliza el sentimiento hacia la desbordante alegría social de la comunidad y, como en otros tiempos, el concejo invita al clero y al pueblo a breve refracción que ameniza la Banda Municipal de Música.
La lluvia no cesa, mas es preciso que el Mayordomo de la función de San Benito invite a todas las gentes de El Cerro para que vayan a su romería. Es preciso que las jamugueras, silletines y lanzaores muestren su quehacer, aprendido para honrar a San Benito. La ermita de la Trinidad se convierte en el marco preciso y precioso para comenzar.
Esperas ansiosas por ver el sol. Voluntad firme para vencer el tiempo. Miradas fugaces al cielo para “ver si escampa”. Y hubo de ser en la plaza del Cristo, la plaza del Cristo de la Humildad y la Summa Paciencia -cómo no, que torpe fuimos- donde por fin se oyeron al aire y se vieron a la luz del Andévalo las esencias puras de una tradición de siglos.
¡Cómo suena la gaita! ¡Qué delicia verlos bailar! ¡Qué reciedumbre de los siete muchachos! ¡Cómo resuenan en la plaza sus golpes secos! ¡Los dos pies en el aire! ¡Estos es una danza, sí señor!
¡Qué satisfacción en las caritas de las jamugueras y mayordoma! La folía se desparramó por la plaza y el fandango nos brindó su estética final incomparable.
¡Qué cintura la de las pequeñas aprendices de jamugueras! ¡Qué compás más exacto! ¿Y su sonrisa mientras bailaban?
El Mayordomo, Don José Fernández Moreno, preside el baile, está feliz. Sonríe feliz.
Sí. Se viene diciendo estos días. Son tantas cosas bonitas, son tantos eventos interesantes… que El Cerro de Andévalo es un lugar de privilegio.
LAHERMANDAD.